martes, 15 de septiembre de 2015

El ocaso del Estado



Una vez, se creyó que la Tierra era el centro del universo, con los planetas, las estrellas y el Sol orbitando alrededor de ella. A medida que las observaciones mejoraron, extrañas complicaciones comenzaron a estropear este modelo, particularmente la órbita de Marte. Mientras la Tierra gira alrededor del Sol, Marte a veces parece retroceder a medida que lo superamos.
En un fútil intento por resolver este problema, se crearon teorías terriblemente complicadas de círculos dentro de círculos, enredando las matemáticas en un creciente caleidoscopio de interminable complejidad. Algunos valientes pensadores -y debían ser valientes en esos días- probaron colocando al Sol en el centro del Sistema Solar. Ah, entonces todo cobró sentido de inmediato.
El loco enredo del Sistema Ptolemaico de círculos dentro de círculos y de ecuaciones sobre más ecuaciones, se evaporó en un instante. Sólo necesitaban de unas pocas ecuaciones para una precisión perfecta.
La misma simplicidad, claridad y precisión les fueron reveladas a los navegantes cuando aceptaron que el mundo era redondo, en vez de plano, y a los físicos, cuando aceptaron el argumento einsteiniano de que la velocidad de la luz es constante.
Los sistemas basados en premisas falsas siempre se tornan cada vez más complicados, mientras se acumulan infinidad de correcciones y ajustes para intentar que parezcan más correctas. Tras algunas generaciones, estos errores acumulados se tornan tan ridículamente complejos que el sistema entero se vuelve insostenible y un tanto embarazoso. Incluso el inexperto capta que debe haber algo fundamentalmente equivocado en todo este lío, y algunas almas valientes sacan un papel en blanco, dejan de lado sus preconcepciones, y comienzan de cero, basándose en la razón y la evidencia, y no en los errores acumulados de la historia.
El principio central de todos los sistemas de la moral humana es el “Principio de no agresión”. Todos lo aprendemos cuando somos niños: no golpees, no empujes, no lastimes, no robes. Aprendemos que la violencia, la intimidación y las amenazas están mal, son inmorales, y que sólo empeoran cualquier problema que estés intentando resolver. Esa es la regla que se nos enseña cuando somos niños, y es una buena regla: consistente, lógica, empírica. Pero luego, cuando crecemos, si tenemos el coraje de verlo, entendemos que no es así como se maneja la sociedad adulta, en absoluto.
En la sociedad adulta, debes pagarle con dinero a un grupo de hombres y mujeres o ellos llamarán a otros hombres y mujeres con disfraces azules para que vengan y te lo quiten. Y, si tratas de defenderte de este robo, te dispararán. Esta es la realidad de las sociedades con gobiernos. Tu sociedad.
En las sociedades estatistas, el libre intercambio entre adultos libres, que no es del agrado de algunos, puede hacer que te disparen. Si consigues un empleo e intentas evitar el pago de un plan fraudulento de “jubilación”, puedes ser secuestrado y fusilado si te resistes. Si rompes cualquiera de los cientos de miles de reglas inventadas sobre el intercambio y el comercio, eres arrestado. Si no quieres financiar a dictadores extranjeros, eres arrestado. Si no quieres pagar por una guerra nefasta, eres arrestado. Es una historia de nunca acabar.
Cuando éramos niños, nuestros maestros nos decían: “no uses la violencia”, pero si, siendo adultos, no pagamos el salario de un maestro del Estado, somos arrestados. A medida que crecemos, cuanto más miramos alrededor, más nos damos cuenta de que cada “ley” es un arma, y las armas están en todas partes en el mundo adulto, y de que el uso de la violencia para obtener lo que quieres es la base de la sociedad en la que vivimos.
Entonces, ¿en qué quedamos?, ¿la violencia es buena o mala?
Nuestro sistema estatista se ha tornado tan ridículamente complicado porque tiene, como el modelo geocéntrico del sistema solar, un error fundamental en su raíz misma. Este error es la creencia de que la violencia es la mejor forma de resolver problemas sociales complejos; la ilusión de que si se apuntan suficientes armas contra suficientes personas, si se crea suficiente deuda usando a los no-nacidos como garantía, si se secuestran y esclavizan suficientes almas libres, el mundo será cada vez mejor, mejor y mejor. ¿Cómo nos está funcionando?
El código tributario, las agresiones en contra del libre intercambio y el consumo personal, la multiplicación interminable de leyes que gobiernan cada aspecto de nuestras vidas, éstos son los círculos dentro de círculos del modelo geocéntrico del Sistema Solar. El único final para esa complejidad cada vez mayor, es el colapso total.
Cuando reconozcas que las crecientes complicaciones revelan errores fundamentales en la raíz de un falso sistema, verás que el “Principio de no agresión” necesita ser puesto en el centro de nuestras virtudes, de nuestra moral, de nuestra sociedad como un todo. Como el Sol mismo, necesita estar en el centro de todo lo que hacemos. El “principio de no agresión” no puede “orbitar” alrededor de una jerarquía primitiva y violenta, que de hecho hemos heredado de simios y cavernícolas.
Piensa en ello: una sociedad sin violencia organizada, sin la amenaza de la coerción del Estado, sin secuestros institucionalizados, sin robos, sin encarcelamientos… Sin impuestos, y sin el robo devastador de la moneda fiduciaria estatal (falsificación).
¿Te sientes mareado? Deberías.
Cuando el Sol fue puesto en el centro del Sistema Solar, donde de hecho se encuentra, fue desorientador para todos en esa época. Tal como la relatividad de tiempo y espacio de la física de Einstein fue desorientadora. Tal como la evolución es desorientadora para muchos, y la física cuántica juega con la mente de cualquiera que realmente la capte.
Frente a las antiguas falsedades, la verdad es a menudo vertiginosa y confusa, y ajena, y extraña. Cuando ponemos el “Principio de no agresión” en donde debe estar: en el centro de la moral y la sociedad, las creencias que sostuvimos por decenas de miles de años súbitamente se evaporan. El antiguo error del Estado moralmente justificado se desintegra en los átomos de maldad que lo componen. La vertiginosa y creciente complejidad de leyes sobre leyes, armas sobre armas, asesinato sobre asesinato, todo este horrendo desastre es develado como intentos desesperados para encubrir el crimen fundamental de la violencia institucional justificada.
El mito del “contrato social” es develado como un arma apuntada al cuello del no-nacido. Las leyes son expuestas como prejuicios bien provistos de armas. Los impuestos se develan como robo, el hacer lobby como soborno, el arresto como secuestro, los gobiernos y los ejércitos como las pandillas criminales más exitosas, y las escuelas como campos de adoctrinamiento, alimentados por la violencia, para niños indefensos y dependientes.
Es desconcertante, es confuso, es aterrador, es vertiginoso, y es… verdad.
La luz solar de la razón, de la moral y la verdad es esencial: debe estar en el centro de todo lo que hacemos, porque en la sociedad, así como en el mundo, el Sol puede estar saliendo o poniéndose, quizás hacia una noche sin otro amanecer.
Que la tenue luz de nuestro mundo moderno sea la de un ocaso o la de un amanecer… eso… depende de ti.

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